En los acantilados entre Pichidangui y Los Molles, habita un cactus que no existe en ninguna otra parte del mundo: Eriosyce chilensis, más conocido como “el chilenito”. Esta especie endémica solo crece en un estrecho tramo de 10 kilómetros de costa chilena, un lugar tan particular como frágil.
Amenazado por la expansión urbana, microbasurales, extracción ilegal y un comercio clandestino que llega incluso a Europa y Asia, este pequeño cactus ha despertado el interés científico por su sorprendente historia evolutiva.
Polinizadores que moldean especies
Un equipo de investigadores, liderado por el biólogo Jaime Martínez-Harms del Instituto de Investigaciones Agropecuarias (INIA) La Cruz y el Dr. Pablo Guerrero del Instituto de Ecología y Biodiversidad, descubrió que Eriosyce chilensis ha cambiado su forma de reproducirse.
A diferencia de su pariente cercano Eriosyce litoralis, que es polinizado por colibríes gracias a sus flores tubulares llenas de néctar, el chilenito evolucionó para atraer abejas nativas con flores abiertas, poco néctar y mucho polen.
Esta divergencia polinizadora mantiene a las dos especies separadas reproductivamente a pesar de compartir hábitat, lo que según los investigadores sería un ejemplo claro de especiación simpátrica, es decir, la formación de nuevas especies sin separación geográfica.
Flores que cambian de color para sobrevivir
Otro hallazgo relevante fue el gradiente de color en las flores de E. chilensis, que pasan de un fucsia intenso en Los Molles a un blanco casi total en Pichidangui. Esta variación sugiere un fenómeno de mimetismo floral, donde el cactus estaría imitando a Eriosyce mutabilis, otra especie polinizada por abejas. “Este patrón podría deberse a la presión selectiva ejercida por los polinizadores, moldeando con el tiempo la apariencia de la flor”, explica Martínez-Harms.
Una joya botánica en peligro crítico
El hábitat del chilenito está catalogado como un sitio AZE (Alliance for Zero Extinction), lo que lo convierte en una prioridad global para la conservación. Afortunadamente, organizaciones locales y el Bio Parque Puquén están trabajando activamente en la protección de esta flora única y en la educación ambiental para las comunidades vecinas.
“El desafío es conservar no solo al cactus, sino también las interacciones ecológicas que le dan sentido y lo mantienen vivo”, concluye Martínez-Harms, quien destaca el papel clave de los jóvenes y la ciencia para garantizar el futuro de esta especie.
Para el investigador del INIA, “el chilenito es un símbolo de cómo la naturaleza, en silencio, se adapta y resiste, y de cómo nosotros debemos aprender a escucharla y protegerla”.